Muchacho se levanta de la
mesa. Muchacho empuja su silla de una patada y grita mirando el pálido techo.
No quiere pensar ni un segundo más. Padre planta firme una mano sobre la mesa y
le ordena que se siente. Muchacho continúa. “No me jodas.” Padre mira a Madre.
Madre exhala todo el aire que tomó del susto. “Hijo, sentate.” Hijo, o sea,
Muchacho, se aleja. Bien lejos está, agarra un pañuelo azul que hay en la
mesada. Un puño. Padre lo encara. “Hijo.” Y lo llama por su nombre y apellido.
Madre mira adentro de los ojos de su hijo. Muchacho improvisa con el pañuelo un
buen nudo de corbata. Mira a Padre, mira a Madre y hace caras de mortal, quiere
esa foto de recuerdo: mira a uno y a otro y saca toda la lengua posible. Entra
el perro de la casa. Suena un timbre. “No es el teléfono, es la puerta. Es para
mí”, declara y se va. Perro lame las manos caídas del Padre. Le olfatea las
puntas de los dedos, lo muerde sin lastimarlo. A Padre se le interrumpe el
pensamiento con escenas de su propia infancia. “Cuando era chico yo.” Madre oye
llaves. Portazo. Su corazón galopa. Acomoda la silla, toma el pañuelo anudado.
Y desea más hijos como ése.
María Ferreyra.
Nació en México en 1980, se crió en Avellaneda, vive en la Ciudad de Buenos Aires hace más de una década. En el año 2000 ganó el primer premio en un concurso de relatos auspiciado por la Secretaría de Cultura de la Nación: recibió un cheque por mil patacones. Algo fuerte empezó en ese momento.
En los últimos años: participó de antologías; publicó en medios gráficos; hizo radio; y da talleres de narrativa.
"Mantenlo Prendido" forma parte de su primer libro de cuentos, aún inédito.
hermoso!
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