lunes, 21 de mayo de 2018

Miyazaki y las reglas de Ghibli (Goodbye Yellow Brick Road)


Un hombre recibe la carta de un desconocido,
en ella le cuenta que de niños
durante la guerra compartieron vecindario,
la casa en la que vivía el remitente
se quemó durante el bombardeo
mientras que la de él fue la única que sobrevivió.
El hombre se levanta temprano
duerme poco, son las 6, se hace un café
cree que cuanto antes haga algo en la mañana
estará mas cerca de lo que quiere,
no lee ningún diario, se ocupa de lo suyo
murmura mientras va hacia su escritorio:
“todo tiene un nombre por eso
es que todo también puede desaparecer”,
cualquiera que le pregunte porque hace lo que hace
pensaría que sufre de depresión.
Prende un cigarrillo, ya son las 10.
Mira por la ventana y dice algo de nuevo
pero esta vez para adentro o a lo sumo
para algunos de los árboles que están afuera,
político lo que se dice político,
es darle valor a la propia voz.
En su escritorio ahora el café ya está frío, afuera llueve
menos mal piensa, no debe salir, hoy no está de humor,
no sabe como habitar los días nublados
no cree en los paraguas ni en las gafas para el sol.
En una entrevista recuerda le preguntaron
que es lo que se puede hacer por el mundo
el respondió: “no hay nada de que preocuparse”
para él su día y el mundo son la misma cosa,
los hombres nos acostumbramos tanto a la guerra
que no sabemos actuar en tiempos de paz,
es la vida de todos los días lo que importa
por eso despierta cada mañana, y hace su cama
pone la mesa, se preocupa en detalle
de cada una de las faenas de su hogar.
En su casa hay silencio como sonido ambiente
es tan amplio que se cuela en las paredes, en su camisa
en la computadora, en cada uno de sus cuadernos.
Nunca le preguntaron por Disney,
nunca piensa en la muerte
Lo único inevitable para él es que debe vivir.
Lista 1 dice en la cocina:
-cambiar las pilas del reloj
-comprar café
-bañar a las plantas (si, usa para las plantas la palabra bañar)
-rotarlas para que puedan recibir el sol
- hacer que exista en algún lugar árboles de follaje rosa blanco o azul.


Ph. Mariana 

Mariana Mamani








martes, 15 de mayo de 2018

Vida propia

Estar embarazada es más raro de lo que pensaba. Por momentos me siento indefensa. Por momentos me siento superpoderosa. Por momentos no sé qué pensar. Hasta que una patadita vuelve real lo que me está pasando. Hay algo nuevo que ya existe y que me recuerda que no se va. Acá está. Ya llegó a ocupar un espacio entre nosotros. Y lloro. No sé por qué pero ahora mismo lloro. Es que es aterrador y fascinante a la vez. Ya no estoy sola. Hay alguien más acá, mientras escribo esto. Soy su primera casa, y quiero serlo para siempre. Quisiera ser el lugar al que vuelve cuando se sienta triste o desolada o simplemente feliz. Quiero que sepa que acá estoy, así como ella me dice ahora que está, que existe, que la realidad se movió, se corrió de su eje pero hacia un lugar mejor. Distinto pero maravilloso. Y ningún cambio tan radical viene sin algunos terremotos. Surge de mí la lava, se mueven mis placas tectónicas, retumba el piso a mis pies. Ya soy otra. Estoy cambiando para bien.



Ph: Griselda Duch

Bárbara Duhau
Nació en Buenos Aires en 1989. Es Licenciada en Comunicación (UBA), Diplomada en Comunicación, Género y Derechos Humanos (CPI-OEA), especialista en innovación estratégica y escritora. Publicó Criaturas insensibles (Galmort, 2009) y Forasteras (La Parte Maldita, 2013). Actualmente dirige el estudio de innovación y creatividad Supernova. Este relato forma parte de Vida propia, un diario en edición sobre su experiencia de convertirse en madre.

viernes, 11 de mayo de 2018

El nombre de las cosas


Hablás
del pueblo
donde creciste
de tu abuela
de su casa
del fogón
en el patio
del chocolate
mitad agua
mitad leche
que preparaba
para vos
de los viajes
desde el pueblo
donde vivías
hasta el pueblo
donde estaba
la escuela
pedaleando
por un camino
a la vera
de los cañaverales.
Pregunto
el nombre
de aquel lugar
me gusta saber
el nombre
de las cosas.
Hundís tu cara
en mi pelo
lo olés
lo tocás
como adivinando
su peso
seguimos
en la cama
te escucho
respirar
siento
cómo crece
un silencio
a mis espaldas
que no sé
precisar
entonces
decís
a tu forma
así
suavecito
prefiero no
decirlo.

Ph. Akkara Naktamna

Sara Paoletti 
Nació en La Rioja, el día 13 del mes de abril de 1973. Es la menor de seis hermanos. Como se crió en una familia numerosa la formalidad es algo que no aprendió bien. Nunca se enamoró de alguien que no la hiciera reír. Escribe poemas y pequeñas postales sobre la vida cotidiana. Es diseñadora gráfica, editora y ceramista. Vive con su perra. Sara le habla, Menta mueve la cabeza y entiende. 




miércoles, 9 de mayo de 2018

Lo imaginé tan real como una foto

Me acuerdo de ese verano cuando me dijo
que la arena estaba hecha de piedras desintegradas de miles de años
Pienso en la transformación, en el movimiento del mar y en cómo cambia su forma sin aburrirse.
Yo también soy agua 
me modifico
me altero.
Pienso en esa tarde
y me puedo ver desde afuera
como desde otro plano
como en una película 
Me gusta ser materia 
para verme cambiando más rápido que las olas.
La hoja de mi cuaderno se llena de caracoles y arena
que crujen cuando se encuentran con el filo de la lapicera
Un hombre mira el agua y lo veo tan chiquito 
que siento que podría guardármelo en la mano
La espuma parece azúcar
se mezcla con un viento frío que me pega en la cara
Me pregunto cuándo
en qué momento 
no te vi más
cuándo
en qué momento
las personas se vuelven invisibles
como el otro lado del mar
donde mis ojos no pueden llegar. 
Donde no saben llegar. 
Me pregunto dónde están los que éramos 
Que estarán haciendo ahora. 
En qué piensan justo antes de irse a dormir. 


I.

 Como un vaso de agua fría cayéndose contra el piso
 los hielos desparramados
 La tostada que se resbaló de la mano
 y manchó con mermelada de frutilla
 la mesa de madera.
 Como el primer momento en el que te duchas con agua helada
 y se congelan las capas de la piel,
 de afuera hacia adentro,
 hacia el núcleo,
 la semilla.


II.
Que la puerta de entrada de a su cuarto
que su cama tenga esas sábanas
que las sábanas me conozcan.
La luz de la ventana justo en su pecho
su piel suave y llana
recorrer el camino iluminado,
que sus pestañas sean largas y le hagan sombra en la cara,
la boca como salida
el rojo de sus labios que combinaba 
con un reflejo anaranjado en el espejo,
que el espejo nos mire
que la gata entre al cuarto
que solo se le vean los ojos
que sean verdes como el pasto fresco
que se acaricie con mi mano,
el vidrio amarillo esmerilado
la luz,
las escaleras empinadas
subirlas con los pies torcidos para no caerme
 -si igual me iba a caer-
el árbol que creció y creció hasta tapar casi toda la terraza,
las estaciones
el frío
el calor
su campera de jean,
una de corderoy,
mi vestido
el que me sacó
el que me saqué.
La calle con sus autos
los edificios de al lado.
Que se le vea el corazón cuando late
que se acelere 
que se agite
que me de un beso
que esto me de ganas de llorar.
Bajar, ir a la cocina
agarrar un vaso de agua fría
que sonría para un costado
su belleza como un imán
como algo que se quiere quedar ahí.
Naufragar,
que esa palabra sea difícil de escribir
que sea difícil de decir
como meterse al mar con olas altas,
también la calma
la expectativa
que me deje entrar
que me quede algo de él
que se quede algo de mí.
Que sea la una de la mañana
levantarme en cinco horas
que solo me importe soltar esto
como un nene que deja ir su barrilete preferido,
como la sangre de cada menstruación,
que se vaya del cuerpo
de mi cuerpo,
que él también sea rojo,
que arda
que sea fuego
que me queme
que deje ampollas
que ahí crezcan flores
que den raíces.
Cuando me abrazó por varios minutos
sin hablar
en el funeral de nuestra relación,
mis lágrimas que le mojaron la mejilla,
lo salado
la ola alta que te revuelca
que te estampa contra la arena,
el beso
el vacío.
Como cuando algo no encaja
como intentar meter un cuadrado adentro de un círculo,
la presión con la que aprieto la lapicera escribiendo esto
la tinta que se impregna en el papel
mi mano, el dolor.
Que me hayas invitado ese día a tu casa
que siempre tuvimos el volumen al máximo
que no queríamos bajarlo
que no nos importó.
Que podría liberarme,
como cuando vomité en la bañadera después de la fiesta de mi cumpleaños
cuando vomitaste en el medio de la calle 
en el piso de mi baño.
Las veces que paseamos a Gaucho y compramos falafel
que esas cuadras sean tuyas
que te pertenezcan.
Cuando sentí que te quería.
Cuando vi la confusión, la vi,
que es como una espiral,
el caparazón de un caracol.
Cuando me quedé a dormir porque me lo pediste
porque sabía que era la última vez
porque quería que lo sea
porque no quería.
Dormir con vos
que me diera tanta paz,
como una casa cuando es invierno y hace frío,
el té caliente antes de ir a dormir,
abrir los ojos y que estés arriba mío
las dos transpiraciones mezcladas
la temperatura de abajo de las sábanas
la luz fría que entraba de la calle
el silencio de una noche de domingo,
que mi mano se mueva sola
que me haga temblar
que conozca mi cuerpo
conocer mi cuerpo,
el suyo,
el sol de la mañana que le pegaba de frente en la cara
la falta de tinta de esta lapicera
los ojos achinados por el sueño y el sol
su mano en mi cara
su beso.
Ya no me acuerdo que me dijo,
que palabras usó.
Que necesito una lapicera que escriba rápido como mis pensamientos
veloz
que me saque la angustia
que la ponga en un mejor lugar.
Conocer el límite
como cuando te quemas con el horno,
soportar la ausencia.
Que la puerta de su cuarto de a la calle
que se acueste en su cama
que ya sean las dos de la mañana,
que yo lo imagine tan real como una foto.



Nací un día de tormenta en marzo de 1993. Soy fotógrafa y estoy incursionando en este viaje de la escritura. Esta es mi visión del mundo. Es sentirme viva. Sentirme acá. Ahora. Entender lo finito. Es mi proceso actual e imperiosa necesidad de supervivencia. Esta es una búsqueda en todos los planos y se siente revelador. Tíene que serlo.